Agua, en sus dos perspectivas.

De pequeña lo hacía.
Tener un peso sobre todo tu cuerpo que puedes soportar era una sensación que le gustaba notar en cada centímetro de piel. Sentir que tu piel roza una sustancia libre, que se adapta perfectamente a sus circunstancias sin romperse. Mover esa sustancia de un lado otra creando sus propias corrientes y sentir que puedes quitarte ese peso cuando quieras. Notar como poco a poco, con el tiempo, la piel se va haciendo permeable a la sustancia y tu cuerpo se adapta a ella. Abrir los ojos y ver borroso, pero seguir abriéndolos para disfrutar de una imagen distorsionada para ver un sueño perfecto.

De mayor lo recordaba.
Lo cansado que se encuentra tu cuerpo después de salir, cada agujeta y dolor después de haber hecho esfuerzos durante horas en moverse de un lado a otro. La incomodidad de no poder librarse de esa sustancia después de haber entrado. Sentir que tu cuerpo se desmorona. Notar como poco a poco, con el tiempo, tu cuerpo se adapta a ella para después, al salir, tener que olvidarlo. Notar los ojos rojos, cansados y dolidos, después de perder el tiempo intentando ver la realidad imperfecta de un sueño perfecto.