El lenguaje de las sonrisas (II)

Bajó las escaleras y entre los pies del primer piso pudo reconocer la funda de una guitarra que jamás aprendería a tocar. Ella soñaba con poder tocar lo que había dentro, con impresionar a la dueña de aquella funda y dejarla con esa sonrisa que tanto le gustaba ver.
Ahí estaba.
Se giró y vio a su amiga interrumpiendo el paso de los adolescentes que tanto deseaban salir de clase. Jamás entendió la prisa que tenían por salir de aquel edificio. Quizás fuera porque les enseñaban a memorizar en ese sitio, y no a entender. Pero lo dudaba. Siempre los observaba y pocas veces podía experimentar el placer de la curiosidad en unos ojos aparentemente comunes.
  -¿Qué pasa?
  -Nada, sólo te miro. ¿Te parece poco?
Se leyeron los labios que sonreían un te odio.
  -Hasta mañana, tonta.


La marea subía y ninguna ola había traído consigo una sudadera roja, o una azul.
Ella se mareaba sin necesidad de marea pero aún así echaba de menos un poco de espuma de vez en cuando. Y qué mas da, ¡algas! Le gustaba dar la impresión de que le era lo mismo que le trajeran algas a que le trajeran pequeñas conchas que pintar. Pero mentía. Y quién mejor que yo para deciros esto.


Él la miró, y se apoyó en su hombro. Ella escondió su sonrisa en un quítate y empujó su cabeza de tal manera que se quedaron los dos mirándose.
  -Van dos y se cae el de en medio.
Sonrió un cállate y se dio la vuelta. Él volvió a apoyarse en su hombro.
  -Entonces, ¿te vienes con nosotros?
  -Dime, ¿qué opción tengo?
Pocas personas llegaban a entender la sensibilidad de sus palabras. Arisca, la solían llamar. Probablemente no se les podría discutir nada ya que si se te ocurría abrazarla puede que acabaras con una mejilla roja, o en su defecto, con una marca de uñas en tu brazo. Pocas personas descubrieron que esa era su debilidad. Si alguno de los muchos heridos que salieron de aquella batalla la hubieran mirado a los ojos, habrían podido divisar miedo a la vista. Habrían podido sonreír un silencio, o alguno se habría sentido capaz de preguntarle a qué temía tanto.
Pero jamás lo hicieron.


Como os decía, llegó un momento en el que yo la calaba de arriba a abajo. Como la humedad que se mete en tus huesos y no te deja deshacerte de ella sin antes darte un baño a la luz de las velas.
Ella no intentó si quiera combatir mi sentimiento. Esto fue lo que me arrebató mis anteriores opiniones acerca de esta chica de las manos. Siempre había pensado que ella era marea, que ella controlaba el no-control y así sobrevivía a las pocas tormentas que había sufrido en alta mar.
Sin embargo, me equivoqué.
Fue uno de esos días de abril en los que 1999 soltó su putas ganas de seguir el show que ella se desplomó ante mí, mirándome a los ojos y regalándome un suspiro que jamás olvidaré.