Mi manía al tiempo.

No le gustaba que le cayeran pequeños granos entre el pelo. Más bien, odiaba que sus raíces no se inundaran de olas. Era inminente que ocurriera, pero jamás aceptó que la pudieran tener encerrada sin darse cuenta. Le habían dado la vuelta varias veces, y ella nunca entendió por qué querían que volviera a suceder. Que volviera a marearse. 
Notaba la presión de los granos a medida que se acomodaban junto a sus débiles piernas, y sus asombrosamente indestructibles manos, que chocaban nudillos con un cristal que hacía las veces de cárcel.
Poco a poco, fue entendiendo que llegaría un momento en el que los granos dejarían de caer y ella dejaría de sentir. Sería feliz, por unos instantes, pero volverían a darle la vuelta, y volverían a marearla para después ilusionarla.

Añoraba la tranquilidad, el poder hacer castillos de arena. El querer a alguien y besarle en la mejilla sin sentir nada. Echaba en falta el entrelazo de manos entre corrientes marinas, el te quiero después del gracias y el suspiro de turno.
Quería volver a las tardes paseando por calles desconocidas, mirando a los ojos a un desconocido y sintiendo que no había conocido a alguien mejor en su vida. Soñaba con las no-críticas, y la sinceridad de una sonrisa con labios cortados. Quería cortar labios con palabras.
Y sobretodo, echaba de menos una sombra al lado de su cama las noches de luna casi-llena.

Encerrada entre el cristal y la arena, se dio por vencida mientras que el tiempo la acorralaba desde todas las curvas posibles, incluso su sonrisa.
O no.