Imaginaos el mar.
Levantado y furioso, picado como si
alguien le estuviera pellizcando para molestar.
Sereno y tranquilo, en calma, susurrando
una brisa fina y delicada.
Como queráis.
Ahora imaginaos en una playa, con el mar
que deseéis, disfrutando del momento y pensando en la libertad que os
proporciona el viento en la cara y el olor a mojado. Imaginaos con el traje de
baño, dispuestos a mojaros y a llenaros de sal y de arena para disfrutar de una
sesión de desestrés, ya sea en un mar tranquilo o en un revuelto.
Por un momento pensad en lo que eso
significa: libertad.
Bien, ahora imaginaos entre rejas.
Las olas tocando vuestros pies, y
vosotros sin poderos mover de vuestro encarcelamiento. Sin poder cerrar los
párpados, taparos la nariz y bucear en medio de olas y olas. Sin poder imaginar
el fin del mar, o el otro lado del mundo al que os llevaría si pudieseis nadar
hasta allí.
Imaginad el sentirse así.
¿Cómo puede el mar, que presta tanta
libertad a tantas personas, hacer sentir así a alguien?