Vacía.

Giró su cabeza, y miró por las rejas. Entre ventanas.
La observaba observarla, e intentaba cegarse con su brillo. Le gustaban los imposibles. Luna parpadeaba, transmitiendo una melodía en código morse. Ella no entendía. Siguió detallando la forma de las rejas en su mente, no quería olvidarlas. De alguna manera, significaban mucho para ella.
No te vayas, quédate. 

Volvió a girarse.
Daría veintinueve madrugadas por olvidar. Jamás había creído en ese verbo, pero como ya he dicho, le gustaban los imposibles. Olvidar sonaba a vacío, a fundido negro y telón. Quizás en su obra de teatro fuera muerte para todos.
No me dejes.

Se giró otra vez.
Miró las estrellas, que también enviaban señales. ¿Cuántos enamorados habrán besándose ahora mismo? Ninguno. Las olas se rompen, los corazones también. El suyo uno de los que no.
¿Qué se siente al no estar enamorada?

Vacío.